XXVI El Shamán
Escucha la música incidental aquí:
Casi al caer la tarde, de pronto un ruido de pasos alertó al pequeño Yámana, escondiéndose.
Vio por fin a un joven gigante Ona corriendo por el sendero aproximándose a una velocidad impresionante.
Faltaban solo trescientos metros para que llegara donde él cuando fue interceptado por un ser aun más grande con una cabeza horrenda y alargada, y que media al menos dos metros. Su cuerpo era cruzado por gruesas líneas rojas verticales.
Se trenzaron en una violenta lucha en la que el ente no tardó en someter al Ona aplastándolo contra el suelo.
Celipatencis pensó primero en huir alcanzando a Hatuwencis en Lapataia pero seguramente ellos ya habrían zarpado a su llegada.
Pero el monstruo se fue, perdiéndose en la distancia dejando amarrado y magullado al Ona.
Entonces pensó que era una buena oportunidad de hacer contacto con él.
Se acercó sigilosamente y cuando el caído lo vio ambos lanzaron un grito de terror.
Haciéndose de todo el valor que le quedaba, se agachó y suavemente fue deshaciendo los apretados nudos de cuero que aprisionaban al joven gigante.
Cuando finalmente lo liberó cerró los ojos esperando algún terrible golpe que el Ona le podría propinar. Pero en su lugar escucho tras de sí el pavoroso bramido del monstruo que corría hacia ellos.
El Ona de un salto se levantó y comenzó a huir frenéticamente gritando ¡shoort! ¡shoort! El pobre niño no pudo seguirle el paso presentándose como fácil presa de la bestia.
Pero el Ona se detuvo pues vio el peligro en que se encontraba su salvador y de un aventón subió al pequeño a los hombros. Celipatencis no podía creer estar cabalgando sobre un gigante de la Isla Grande, el que parecía volar sobre el terreno. De un brinco pasaba sobre rocas o grietas que hubieran significado a un Yámana un gran esfuerzo salvar.
Y corrió sin descasar por al menos media hora hasta que estableció con el monstruo una considerable distancia.
Al rodear una colina se encontraron de lleno con un gran campamento Ona desde el cual ascendían las columnas de humo.
Al verlo todos los Onas que allí se encontraban exclamaron con asombro ¡un yagan del mar!
Y una multitud lo rodeó.
Y el joven lo dejó en el suelo. Y a pesar de que no conocía el idioma por sus gestos comprendió que el Ona explicó a los demás haber sido liberado por él.
Entonces Celipatencis vio que era momento propicio para revelarse como shamán y sacó de su morral el tocado de plumas colocándoselo en la cabeza con toda la ceremonia y elegancia que su evidente susto le permitía.
Y todos los gigantes que le rodeaban se largaron a reír.
Y el niño a punto de llorar continuó con el ritual pintando su rostro de blanco con el pigmento de cal que traía consigo. Eso hizo reír aun más a la gente.
Hasta que irrumpió en el lugar un anciano cuya sonrisa no le disimulaba la gracia que le causaba ver al pequeño disfrazándose de shamán.
Pero cuando vio que se preparaba para una lucha shamánica decidió seguirle el juego para divertir al resto.
Y se colocó su tocado que lo identificaba como máximo shamán de su tribu.
Cerró los ojos al tiempo que el Ona hacia lo mismo.
Y se encontraron solos en el mundo espiritual y sentados frente a frente en la cima de una montaña.
El anciano se sorprendió encontrar que el espíritu del niño fuese capaz de ascender a ese lugar vedado solo a verdaderos shamanes.
Y solo para probar le lanzó un certero golpe.
Pero lo esquivó con facilidad respondiendo con una violenta patada que hizo que el Shamán saliera disparado por el aire cayendo en las aguas de un lejano lago.
Había sido entrenado en las artes de las luchas shamánicas durante los dos meses que permaneció en Lapataia superando incluso a sus maestros, pero el siempre pensó que le dejaban vencer.
Por eso se asombró con lo que había hecho lo que se transformó en temor al ver como el Ona antes desprevenido había tomado conciencia del poder de su oponente y se disponía a responder ferozmente al ataque.
Y en el centro del lago comenzó a formarse un gran remolino desde el cual emergió la temible figura del Shamán encolerizado.
De varios saltos llegó a donde estaba y comenzó a asestarle una lluvia de golpes.
El niño casi no podía contener el ímpetu de su oponente hasta que un violento golpe lo lanzó por los aires chocando con una pared rocosa que se partió con el fuerte impacto quedando incrustado en la piedra.
El Shamán Ona sintiéndose vencedor pero asombrado como un niño pudiese haberse enfrentado a él, se disponía a regresar al mundo terreno.
Mientras Celipatencis derrotado de pronto recordó su misión y era imperativo ganarse el respeto de ese Shamán.
Entonces vino a su memoria la historia de un yekamus que en una lucha shamánica había dominado el mar.
Dispuesto a hacer el último esfuerzo salió de la roca.
Se paró de frente al mar y levantando los brazos hizo que se formara una gran ola.
Cerró los ojos y utilizó al máximo su poder espiritual. Por ello no se dio cuenta que imprimió tanta fuerza a su hechizo que todo el mar fue absorbido por esa columna de agua. Y aun más junto con ello se desprendió y levantó la corteza terrestre del fondo dejando escapar el magma de la tierra creándose un torbellino de fuego y agua de kilómetros de alto el que fue arrojado con furia por Celipatencis contra el Ona.
Cuando vio lo que había logrado sintió temor por su adversario pues a pesar de que estas luchas no producían ningún daño real, era inusitado el poder que se había desatado.
Mientras en el mundo terreno el cielo se había oscurecido y para el asombro de quienes observaban a los dos shamanes en posición de meditación, el cuerpo de Celipatencis comenzó a brillar mientras un fuerte viento aullaba entre las montañas.
El Shamán Ona evidenció con pavor lo que se le aproximaba, pero justo antes de ser impactado vio como un niño de luz se interponía como un escudo entre él y la ola ígnea.
Celipatencis sintió una gran compasión por el Ona gigante que al fin y al cabo era solo un hombre, como los Yámanas.
E inconscientemente ese sentimiento hizo que la ola se transformara en una lluvia de flores.
Mientras esto ocurría se miraron y a través del lenguaje espiritual le contó de su misión y que su primer paso era encontrar al más grande shamán Ona de la Gran Isla.
Pero Halimink, el shamán Ona, le dijo que él no era a quien buscaba, si no que era el profeta Haush Tenenesk, y la única forma de contactarlo era yendo a las Montañas Resbalosas en la Isla del Oriente. Entonces le dijo que le daría toda su ayuda para encontrarlo. También le aclaró que ellos no se llamaban a sí mismos como Onas ni Haush, si no que Selk’nam.
Ambos abrieron los ojos simultáneamente y varios de los cazadores jóvenes estaban listos a saltar sobre él temiendo que se trataba de un nuevo tipo de shoort.
Pero solo una palabra del shamán Halimink los hizo retroceder dando luego instrucciones para que acogieran y alimentaran al pequeño.
Comió con gusto la carne de guanaco asada que le sirvieron pues hace días que solo comía pescado ahumado.
Luego le prepararon un lugar junto a la fogata y por un momento antes de dormir creyó estar de regreso con sus padres.
En la mañana Halimink lo condujo a una gran choza donde lo esperaban los adultos de la tribu.
También estaba ahí Lioren, el joven Selk’nam con el que habían huido del shoort.
De improviso ambos fueron inmovilizados por los adultos haciendo su aparición el mismísimo shoort aullando y bramando con horror.
Ambos se pusieron a gritar aterrados tratando de soltarse y huir, pero de pronto todos comenzaron a reír a carcajadas incluido el shoort, quien se puso con la cabeza baja y en cuclillas frente a ellos mientras los soltaban.
Halimink les dijo que le tocaran la cabeza al hacerlo descubrieron que se trataba de una máscara.
Se la sacaron y el joven sorprendido vio que se trataba de su propio padrino.
Entonces Halimink les contó el secreto de la ceremonia del “Hain” y con eso el joven junto con Celipatencis fueron iniciados como Selk’nam.
Halimink alistó a un grupo de los mejores cazadores para que le llevaran al extremo oriental de la Gran Isla.
Tendrían que cruzar las tierras o “haruwenes” de otras tribus lo que había que hacer con cuidado para no herir susceptibilidades.
Decidieron formar dos grupos
Uno a la vanguardia iría estableciendo contacto con los habitantes de cada haruwen, y cazando para proveer de alimentos al grupo.
Celipatencis iría atrás y tendría que ser llevado en hombros por turnos pues las cortas piernas de un pequeño Yámana no estaban hechas para viajar largas distancias por tierra.
Comenzaron viajando por un antiguo sendero que recorría el valle hacia el oriente y luego se internaba por las montañas por tupidos bosques de lenga.
Cada cierto tramo debía vadear ríos lo que los Selk’nam hacían con desagrado e incluso Celipatencis adivinaba en sus rostros una clara expresión de temor.
Los Selk’nam dividían a la isla grande en dos reglones. Parik correspondía a las agrestes y boscosas montanas del sur este y Hersk eran las amplias planicies del nororiente.
Los Selk’nam de las montañas evitaban transitar por las ventosas praderas. Preferían hacerlo por los protegidos y frondosos bosques de Parik.
Y sus vecinos de Hersk gustaban del campo abierto por lo que nunca se internaban por las accidentadas tierras de Parik.
Por eso la ruta elegida por el grupo de Selk’nam montañeses fue por la cadena de cumbres que se extiende por el extremo sur de Tierra del Fuego.
Para Celipatencis era un alivio saber que caminaban cerca del mar y que quizás detrás de esas montanas del sur estaban sus padres.
En las noches los mayores relataban historias sobre el misterioso lugar donde se dirigían al que llamaban tierra de brujos. Halimink contó que los Haush que allí habitaban vivían en la Gran Isla desde tiempos inmemoriales, incluso antes del gran cataclismo que separó a la Gran Isla de la tierra del norte.
Dijo que ellos habían enseñado a los Selk’nam el dominio de los poderes de la mente y que casi la cuarta parte de la población Haush eran shamanes sabios o profetas, siendo estos últimos, shamanes y sabios a la vez.
Había conocido el gran poder de Celipatencis, pero le dijo que iba a necesitar mucho más si quería imponerse sobre el más grande profeta Haush.
A medida que se acercaban al extremo oriental los Selk’nam se tornaban cada vez mas temerosos lo que se sumaba al hecho que las montañas se iban haciendo cada vez más bajas, dejándolos expuestos a los fuertes vientos de la Patagonia.
Una tarde al décimo día de travesía los cazadores regresaron con expectación por lo que habían visto.
Guiados por una columna de humo avistaron un campamento Haush.
Se habían acercado sigilosamente hasta descubrir con sorpresa que se trataba de un concilio que reunía al menos cincuenta shamanes todos en posición de meditación y que se estaba generando una increíble carga espiritual que incluso estaba alterando las nubes las que se habían abierto dejando entrar un rayo de luz que caía directamente sobre los cuerpos pintados de los Haush.
Kotaix, uno de los exploradores, contó que uno de ellos volteó la cabeza clavándole una mirada con unos ojos profundos que a él le parecieron haberle escudriñado lo más profundo del alma y que la sorpresa les hizo huir de regreso.
Entonces Halimink al oír esto pensó por unos instantes y dijo:
- Celipatencis fue muy inteligente al acercarse a nosotros solo.
-Un niño no representa ninguna amenaza por lo que mañana temprano continuará solo-, y a través del lenguaje universal de las señas se lo hizo saber.
Y agregó:
-Nosotros estaremos aquí por tres días por si necesitas ayuda, pero después deberemos regresar para llevar carne fresca a nuestras familias.
En la mañana despertó temprano con temor frente a lo que se avecinaba. Nuevamente tendría que ir solo al encuentro de esta vez un montón de sombríos brujos. Era más difícil que pudiera darse la ocasión de ayudar a alguno de ellos como lo hizo con Lioren y así establecer contacto.
Halimink le dio las últimas recomendaciones y para darle confianza le insistió que ellos eran humanos como nosotros, pero su voz no parecía ser muy convincente.
Caminó lentamente hasta que dejó muy atrás al grupo, ya estaba absolutamente solo de nuevo, únicamente se escuchaban sus propios pasos, una suave brisa y los cantos de algunas aves.
El bosque empezó a ralear hasta que desapareció casi por completo, siendo reemplazado por una gran pradera. Eso le hacía sentir aún más expuesto e inseguro.
Se detuvo al medio día a comer trozos de carne que habían cocinado la noche anterior, y ya estaba echando de menos el sabor de los peces, encontrando el gusto de esa carne de guanaco demasiado fuerte y la consistencia le parecía un cuero seco.
Se preguntaba cuanto faltaría, pues según los Selk’nam el campamento estaba solo a algunas horas de caminata, pero el podía avanzar sólo a un tercio de lo que lo hacía un gigante cazador y no quería encontrarse caminando de noche por el país de los brujos.
Eso hizo que apurara el tranco a más no poder.
El sendero se perdía en la lejanía del pastizal, el cual con el viento ondeaba como si fuera el mar, los que le hizo pensar a estar navegando en su piragua. En un momento divisó muy a lo lejos algo como árboles en el camino. Al acercarse se fueron definiendo las figuras de varias personas. Se detuvo y dudó en seguir, pero él se sabía observado por ellos y si hubieran querido hacerle daño no hubieran tardado en alcanzarle. Por lo que respiró hondo y siguió avanzando, esta vez lentamente.
Cada vez las figuras se hacían mas claras. Estaban vestidos por suaves pieles de guanaco, median casi dos metros de altura, y estaban ataviados con tocados que los identificaban como shamanes. Ya estaba a solo cien metros y pudo adivinar en sus rostros las pinturas rituales y el gran porte y sabia mirada de esos Haush. Caminó a lentos pasos hasta que estando a corta distancia de ellos, se voltearon y comenzaron a caminar desde donde venían.
Celipatencis entendió que era un claro ademán para que los siguiera, pues además lo hacían de manera de no dejar atrás a pequeño Yámana.
Los siguió por un largo trecho hasta que avistó el campamento donde parecían aguardar al menos media centena de personas, hombres y mujeres, ataviados ceremonialmente.
Estaban dispuestos en un círculo, el cual se abrió para dejar pasar a Celipatencis y su escolta, y sin decir una palabra lo dejaron al centro del grupo.
Lo miraron todos fijamente lo que hizo sentir un escalofrío, pero no sentía temor, había algo en ellos que le decía que le estaban esperando. Se sintieron unos murmullos y finalmente se acercó uno de ellos y le dijo en idioma Yámana:
-Sabíamos que ibas a venir.
-El profeta Tenenesk predijo la llegada de un gran Shamán, pero no esperábamos que fuera un niño, pero estamos de acuerdo en que desde tu espíritu se siente un inusitado poder, inclusive mayor que el que se siente desde un profeta.
-También nos dijo que tenías una misión, pero para poder demostrar si realmente eres digno deberás subir a las montañas de la Isla del Oriente y encontrarte con él ahí. Solo unos pocos lo han logrado, y entre todos los Haush vivos sólo lo ha hecho Tenenesk. Hacia el te llevaremos.
Subieron una colina, y el sol estaba bajando detrás de ellos y el cielo empezó a fulgurar de colores rojizos intensos, y de pronto, al alcanzar la cima, vio un enorme océano que se abría delante.
Había llegado al final de la gran isla, y más allá se alcanzaba a visualizar a lo lejos una isla de altas y verdes montañas.
Era la Isla del Oriente, que mas adelante sería llamada Isla de los Estados.
Entonces recordó que no tenía piragua.
Un Haush le dijo que se sentara y que debía ascender a la más alta cumbre de la isla, pero en el mundo espiritual. Esa isla la que era llamada por los Haush como “Jaius”, y era coronada por una cordillera extraordinariamente rocosa y agreste, casi siempre rodeada de una misteriosa neblina.
En el mundo espiritual era representada como la “cordillera de las raíces” o “Keoin Hurr”. Más allá en el infinito estaba el centro del Este o “Wintek”, que se consideraba como “la matriz de todo lo que existe”.
Se consideraba que de esa montaña se podía obtener un gran poder shamánico, siempre y cuando se pudiera cruzar el mar hirviente que le rodeaba y acceder a la cima de la terrible Cordillera de las Raíces, pues más arriba residía Pémaulk, la fuente del poder universal.
Ahí comprendió, debía encontrarse con Tenenesk en ese terreno y enfrentarse a él en un terrible combate. Esta vez sí que dudaba se ser capaz de vencerle, pues era el más grande shamán de la Isla Grande, el más grande entre este pueblo de seres casi mitológicos.
Pero no le quedaba más alternativa, sacó su tocado, pintó su rostro y comenzó a meditar, mientras los Haush prendían una hoguera pues ya caía la noche.