XXXIX PILLANES
Juan Sebastián era reconocido como un espectacular especulador de la Bolsa y tenía un gran prestigio como mago de las finanzas, pese a su escasa edad. Pero ahora usaría toda su capacidad, como nunca en la vida, para revertir varios de los proyectos que ya había iniciado, y hace aún más, dejando al descubierto la red de corrupción y desinformación que hace décadas se había tendido en torno de los países tercermundistas, coludiéndose con istmos extremos de derecha e izquierda, pues en las revueltas y el caos es dónde personas como él lograban las mayores ganancias, como lo hizo durante la pandemia, dónde se adueñó de acciones y negocios baratos en plena crisis.
Efraín, por su parte, se había convertido en creyente después de la experiencia que tuvieron durante el incendio. Así que ayudó a Juan Sebastián con la tarea de desmontar toda la red que corrupción que ellos mismos habían ayudado a crear.
Luego de un par de meses de su regreso, Juan Sebastián despertó, salió de su cuarto y gritó:
—¡Annaaaaaaaaaa!
—Señor —responde Ana.
—Vieja, bajo en un momento, sirve el desayuno que tengo algo de prisa.
—Sí señor Cona —respondió Ana.
Mientras Juan Sebastián tomaba su desayuno, Ana le dijo:
—Mi esposo quiere dejar el cigarrillo, y yo le dije que usted ya no fumaba. Así que me pidió que le preguntara qué hizo para dejar de fumar.
—Su esposo tiene que ir de excursión a un bosque austral por una semana —dijo Juan Sebastián con una sonrisa.
—¿Sólo eso? —preguntó Ana.
—Bueno, eso fue lo que yo hice —dijo Juan Sebastián, termina su desayuno y se va.
Cuando estaba acercándose a su auto rojo, se detuvo un momento para acariciar un árbol sembrado en la calle, y de inmediato escuchó una voz que le dice: “Alto, no te acerques al auto.”
Juan Sebastián levantó las manos y dijo: “No estoy armado, si quieres las llaves del auto están en mi bolsillo.” Pero mientras decía esto, se volvió lentamente para ver a su agresor a la cara, y se sorprendió al ver que no había nadie detrás de él.
Juan Sebastián sacudió su cabeza y cerró sus ojos con desconcierto, parecía que su mente le jugaba bromas, pero cuando trataba de acercarse de nuevo al auto, se detenía… y pensando, se devolvió para tocar de nuevo el árbol, y escuchó por segunda vez esa voz que le dijo: “Alto, no te acerques al auto.”
Ahora, Juan Sebastián suspiró, no sabía si algo sucedía o sólo era una ilusión; pero por las dudas, se fue en taxi a su trabajo.
Al llegar a su lujosa oficina en Sanhattan, llamó al administrador de la empresa y le pidió que enviara a un especialista para revisar su auto, pues sospechaba que alguien lo ha intervenido.
Dos horas después, recibió una llamada del intendente, diciéndole que en efecto había un explosivo en su auto, y que tenía que prescindir de él por un tiempo, pues estaban haciendo las investigaciones del caso.
Juan Sebastián no sabe qué pensar. Claro que todo lo que está haciendo ahora le había asegurado poderosos enemigos, pero lo que Juan Sebastián no sabe, es que también le asegura algunos amigos.
Sin auto, por el momento, Juan Sebastián decide ir caminando hasta su casa. Hace mucho tiempo que no disfrutaba de caminar una tarde por la ciudad. Pero después de pasar cierto lugar, empezó a sentir que alguien le seguía; así que tomó la decisión de no soportar más la persecución y enfrentar a su perseguidor, quien quiera que sea.
Al voltear la siguiente esquina caminando, se detuvo repentinamente para esperar a su perseguidor y encontrarlo de frente. Pero cuando su perseguidor lo alcanzó, Juan Sebastián se llevó una gran sorpresa…
Se trataba de un ser de pequeño tamaño, no era un humano, pero tampoco un animal, su semblante era amble y le miró con una sonrisa.
—¿Quién eres? —le preguntó Juan Sebastián sorprendido.
—Soy un espíritu tutelar, un cowanni —dijo el pequeño ser—, fui asignado para cuidarte joven yámana; tu vida está en peligro.
—¿Cómo sabes que estoy en peligro? —preguntó Juan Sebastián.
—Los árboles pueden sentir, pero no pueden hablar —dijo el cowanni—, fui yo quien te dijo que podías derribar el viejo ciprés y liberar el agua del manantial, y fui yo quien te advirtió sobre tu auto.
—Oh, entiendo —dijo Juan Sebastián sorprendido—. Gracias por salvarnos ese día, casi morimos, y gracias por lo del auto.
—Ellos se aprovechan de los miedos —dijo el cowanni—, debes luchar contra tus miedos.
—Yo no le temo a nada —dijo Juan Sebastián —, debes saber cuántos enemigos poderosos he ganado por hacer lo correcto.
—No le temes a los hombres, lo sé —dijo el cowanni—, pero si a otras cosas que no son humanas.
—¿Cómo qué? —dijo Juan Sebastián muy seguro de sí mismo.
—Como a lo que el fuego puede hacer —dijo el cowanni.
Juan Sebastián puso cara de sorpresa al darse cuenta de lo cierto de la alegación del cowanni.
—Entiendo —dijo Juan Sebastián.
—Ahora debo irme —dijo el cowanni.
—¿Cómo puedo encontrarte? —preguntó Juan Sebastián.
—Yo siempre estaré ahí, no hará falta buscarme —dijo el cowanni y desaparece.
Cuando el cowanni desapareció ante sus ojos, Juan Sebastián sacudió su cabeza y ya no estaba seguro de si lo que acaba de ver fue real o fue una jugada de su mente, cansada por el arduo trabajo que ha supuesto desmontar la red de corrupción.
Juan Sebastián estuvo casi un mes en este trabajo, casi sin dormir ni comer, como si en ello se le fuera la existencia. Cuando al fin terminó, regresó a su casa, bebió una copa de vino; apagó las luces de su departamento y se sentó en su sofá; mirando la luna llena que con su luz le alumbraba a través de la ventana….
De pronto, empezó a recordar sus sueños con tanta claridad como la luz del día. Todo lo que le confundía empezó a tener verdadero sentido, y Juan Sebastián sintió que esa noche, algo extraordinario iba a suceder.
Mientras tanto, esa misma noche de luna llena, Kuyenfey estaba frente a la laguna de Ayün en un acontecimiento único. Desde pequeña había sido adiestrada por la machi Eugenia como machil o aprendiz de machi, y justamente esa noche era su ceremonia de iniciación.
La machi Eugenia, junto a dos jóvenes ayudantes, preparaban a Kuyenfey para la importante ceremonia:
Primero, bañaron todo su cuerpo usando una mezcla especial de hojas de plantas silvestres, flores de exquisito olor y agua caliente de un manantial cercano. Con su cuerpo aún en el agua, las ayudantes trenzaron su larga cabellera y adornaron su cabeza con una especie de tocado blanco, con apliques de color verde esmeralda.
Para esa ocasión especial, se había confeccionado un collar de lapislázuli, que pusieron en el cuello de Kuyenfey. Mostrando en el centro de su pecho una medalla tallada de forma delicada representando una estrella de ocho puntas.
Al terminar el baño purificador tradicional, su cuerpo desnudo fue envuelto con un kepam blanco, empezando desde su hombro derecho hacia sus tobillos, dejando al descubierto su hombro izquierdo. El kepam era tan blanco que brillaba por su pureza. Después de envolverla, las ayudantes aseguraron el kepam a la altura del hombro derecho de Kuyenfey, con una especie de broche hecho de oro, que ellos llaman tupu.
En la cintura, las ayudantes ciñeron a Kuyenfey con un trarüwe, una faja de un hermoso color verde esmeralda, que dejaba ver su hermosa figura, y cubrieron sus espaldas con un ikülla de lana, una capa verde esmeralda que la hacía parecer una princesa.
Cuando Kuyenfey estaba lista para salir de la ruka, la machi Eugenia salió para anunciar a todos la iniciación de la nueva machi. Entonces, Kuyenfey salió de la ruka, tan hermosamente vestida, que todos los miembros de la comunidad se inclinaron ante ella con reverencia. Su hermoso atuendo blanco y esmeralda le hacía fulgurar con una belleza incomparable.
Kuyenfey se dirigió hacia el árbol ceremonial o rehue, y comenzó a subir por él, para alcanzar el último escalón dónde su alma desdoblada alcanzaría el séptimo de los cielos convirtiéndose así en pillán, o espíritu de los bosques.
La joven machi encontró su camino hacia su “asikaku” o ver espiritual, cuando se separó de su cuerpo y como ser espiritual, Kuyenfey se elevaba sobre la luna, la que a causa de ella parecía brillar cada vez más fuerte.
Muchos kilómetros al norte, en la ciudad de Santiago, Juan Sebastián miraba la luna llena sintiéndose muy satisfecho por el duro trabajo realizado hasta ahora para conservar los bosques, glaciares y mares australes; pero también con un sentimiento de culpa por todo el daño que antes había causado.
Así que, buscando un poco de paz para su alma, se sentó en el suelo de su habitación y cerrando los ojos, suspiró; pensando en los hermosos bosques del sur, en sus gigantes araucarias y la multitud de seres vivos que lo habitaban. Juan Sebastián empezó a recordar todo lo que sintió en esos parajes australes; en los que la vida parecía comunicarse con él de una forma extraña pero maravillosa.
Sumido en ese estado de concentración inusualmente profunda, Juan Sebastián de pronto comenzó a sentir que, aunque sus ojos estaban cerrados, su habitación se le hizo visible…
El cuerpo de Juan Sebastián empezó a palidecer, y un extraño fulgor apareció en el centro de su pecho. En ese momento, Juan Sebastián sintió como su espíritu se separaba de su cuerpo y su sueño dejó de ser un sueño y se convirtió en una premonición que cobró vida en ese momento: “Mi piel se transforma en aire, elevándome hacia el cielo, acompañado por los vapores de la noche”.
Entonces, Juan Sebastián sitió que se separaba de su cuerpo, ascendiendo a otra dimensión, una diferente en la que lo material dejaba de importar, mientras él mismo recitaba: “Todo queda atrás, el ruido de la ciudad parece un lejano sueño, y sin temor dejo lo construido para entrar a lo creado”.
Sintiéndose en lo más alto del cielo, y con una extraña e inexplicable sensación de calma, Juan Sebastián se dijo a sí mismo: “¡Vamos! Las estrellas brillan más cerca, la noche de los ojos parece el día del alma, y arribo a lo alto, donde están las nubes, y un fuerte viento del norte me lleva con ellas hacia el SUR...”
“A mi verdadero hogar” —dijo Juan Sebastián con alivio cuando sintió que su espíritu era llevado por el ímpetu del viento que venía del norte, y desde las alturas podía ver hermosos paisajes; mientras se decía a sí mismo: “Bajo mí, cientos de lagos reflejan la luz de la luna llena, y unas imponentes montañas y luminosos volcanes me hacen mantener un seguro viaje.”
Juan Sebastián llegó a la gran montaña que ya había visto en sus sueños, rodeada de neblina y con su cumbre nevada; allí se encontró en medio de sus maestros, los chamanes de apariencia fulgurante; que le miraban con una sonrisa, como cuando un maestro se complace en su aprendiz.
En ese momento, apareció la figura espiritual femenina, tan fulgurante que en un primer momento encegueció a Juan Sebastián; pero después pudo ver con total nitidez que se trataba del espíritu de Kuyenfey, con su atuendo blanco como la luna y verde como el fulgor de las esmeraldas. La mujer más bella que Juan Sebastián había visto en su vida, con sus ojos negros y una mirada penetrante que le atravesaba el alma.
—Eres especial —le dijo Kuyenfey, la hermosa figura espiritual femenina—, ya estás listo para empezar tu entrenamiento.
—¿Puedo pasear con el agua por última vez? —preguntó Juan Sebastián.
Kuyenfey le miró con una sonrisa, se acercó y le tomó cariñosamente su mejilla, y atravesando su alma con su penetrante mirada, le dijo:
—Iremos juntos.
Juan Sebastián sintió que su cuerpo empezó a cambiar, mientras escuchaba que Kuyenfey le decía: “Sintamos como vuelven a nosotros, millones de estrellas, que invaden de azul cada célula, cada átomo de nuestro ser”.
Entonces, sus cuerpos empezaron a elevarse hasta más alto que la cumbre nevada, y Juan Sebastián escuchaba cuando Kuyenfey le decía: “Llegamos a la cumbre más alta, y con un ímpetu poderoso, estallamos mil rayos, todo se cristaliza y caemos convertidos en infinitos diamantes de agua sobre un lecho blanco.”
Así, ambos se transformaron en nieve, que bañaba la cumbre de la montaña. Y Kuyenfey le dijo: “Lentamente comenzamos a bajar la pendiente mientras aparece un sol que logra romper nuestro frío reposo, convirtiéndonos gradualmente en un arroyo, uniéndonos a muchas otras aguas, llevándonos a transformar en un gran torrente, sumergiéndonos en lo profundo de una sombría selva.”
Ahora sus cuerpos se confundieron, unidos al transformarse en poderosos torrentes de agua que fluían por los bosques australes; para cumplir su propósito: “Siendo absorbidos por las raíces de los árboles, entendiendo por fin la milenaria conciencia de los bosques, con millones de seres que forman parte de nosotros: pequeñas plantas, helechos, árboles, insectos, aves, pequeños mamíferos, grandes criaturas; alcanzando de pronto la conciencia universal, como innumerables bosques de este y otros mundos unidos en una sola mente, y nos elevamos por el universo viajando hasta unirnos ante la estrella de ocho puntas, el Hueñelfu, transformados en pillanes, convirtiéndonos en protectores del bosque por siempre.