XXXVI ENCUENTRO
Juan Sebastián y Efraín llegaron a un abrupto camino que se elevaba cada vez más entre cascadas y bosques que tercamente se aferraban a las rocas.
Cuando Efraín pretendió poner el play list de reggaetón y trap, Juan Sebastián lo detuvo casi con violencia.
Esa inexplicable actitud de Juan Sebastián hasta preocupó a Efraín, al ver que su amigo estaba absorto escuchando el concierto de cantos de aves del bosque que lograban traspasar el ruido del motor.
—Algo malo te sucede —le dijo Efraín.
—¿No puedes sentirlo? —preguntó Juan Sebastián.
—¿Sentir qué? —preguntó Efraín con sorpresa, pues no reconoció esa actitud en Juan Sebastián.
—No lo sé, pero están en todas partes —dijo Juan Sebastián mirando alrededor.
—Creo que aún estás borracho amigo —dijo Efraín—, son sólo pájaros.
—Son muchos, y no son sólo pájaros —dijo Juan Sebastián—, hay otros animales. Esto está repleto de vida.
—Estás intoxicado amigo —dijo Efraín—, bebiste demasiado.
De pronto, ingresaron a un claro en el bosque donde empieza a divisarse una linda casa. Al acercarse más, Juan Sebastián notó que se trataba de una construcción que parecía haber crecido junto al bosque; pues estaba hecha con troncos de árboles vivos que traspasaban las paredes, para luego reaparecer en el techo y extender sus ramas para brindar su sombra protectora.
—Esta es la casa de mi obstinado padre —dijo Efraín.
Juan Sebastián miró la casa con asombro. Nunca había visto una construcción que se adaptara tan perfectamente a su entorno natural.
Cuando bajaron del Jeep, Juan Sebastián se acercó a la casa para poder observar los numerosos detalles que con esmero, los constructores habían agregado detalles teniendo muy buen gusto:
La casa no era una caja de madera rectangular como suelen ser las casas en el frío sur austral, sino que su forma seguía el contorno de los árboles que le servían de columnas; de manera que no era ni cuadrada ni redonda, sino que poseía curvas interesantes que parecían haber sido imaginadas por un arquitecto de vanguardia.
Pero lo que más llamaba la atención de Juan Sebastián, era que quien haya escogido el lugar para construir la casa, eligió que en su centro hubiese una gran araucaria, de manera que sus ramas se extendieran en lo alto como una cubierta natural que le daba un toque especial a la casa.
Efraín, que estaba ansioso por convencer a su padre, le dijo a Juan Sebastián:
—Golpea tú la puerta, mi padre abrirá y le inmediato tratarás de convencerlo —y él preparó su reloj para cronometrar el tiempo que le tomaría a su mentor convencer a su testarudo padre.
Juan Sebastián golpeó la gruesa puerta de madera, y una suave mano aparece abriéndola. De pronto, el umbral reveló una nueva aparición de la silueta celestial que él ya había visto por la mañana. Juan Sebastián enmudeció.
—Juan Sebastián., te presento a mi hermana, Kuyenfey —dijo Efraín.
Ellos se quedan mirando como estatuas.
Se trataba de la misma hermosa joven que Juan Sebastián había visto en la mañana, con su elegante atuendo blanco y azul, su belleza indescriptible, sus ojos negros y su mirada penetrante.
—Que ocurre, ¿ustedes se conocían de antes? —preguntó Efraín.
—Sí, sí, nos vimos en la mañana en la plaza de Panguipulli —balbuceó Juan Sebastián.
A lo que la hermosa Kuyenfey replicó:
—Nos conocemos mucho más que eso.
Luego vino un largo silencio que pareció durar una eternidad, y que sólo fue interrumpido por la aparición de Don Nicolás, el padre de Efraín, quien era un viejo de sabia y benevolente mirada.
—¡Bienvenidos! —dijo Don Nicolás— Siempre me alegra que mi hijo venga a verme. ¿Quién es tu amigo? —preguntó Don Nicolás refiriéndose a Juan Sebastián.
Entonces Efraín, quien ya estaba muy confundido por lo que estaba pasando, imprecó a Juan Sebastián:
—Juan Sebastián, te presento a mi padre, ¡¡y cuéntale lo que habíamos acordado!!
Juan Sebastián como despertando, y apenas pudiendo articular palabras, le dio la mano a Don Nicolás, y le dijo:
—Eee.. Don Nicolás, yo venía a proponer eee.. un gran nego...
De improviso, Don Nicolás lo interrumpió diciéndole con firmeza, pero a la vez con afecto:
—Antes que me propongas nada, quiero que vayas junto a mis hijos a conocer el bosque por una semana, y si al regresar eres capaz de hacerme nuevamente la propuesta, yo accederé a lo que tú digas.
La voz de Don Nicolás sonaba de una pureza y verdad absoluta, por eso causó un gran impacto en Juan Sebastián, quien no daba más con tantas emociones que había sentido, como nunca en su vida en sólo unas horas.
Y Efraín, también algo extrañado por la actitud de su amigo; sintió alegría al suponer que sería muy fácil esperar sólo una semana para hacer efectivo al fin su plan de explotar ese bosque.
—Pasen —dijo Don Nicolás con una sonrisa—. Siempre es un placer recibir la visita de mi hijo y de sus amigos.
Efraín le dió un abrazo a su padre, y su hermana se emocionó con su visita, por eso se lo llevó a otro lugar de la casa, y Juan Sebastián se quedó solo con Don Nicolás.
Juan Sebastián miró la casa por dentro con más asombro del que sentía al verla por fuera. La casa es sencilla, pero hermosa. Todo lo que tenía estaba en perfecta armonía con la naturaleza. El olor de la casa por dentro era a madera viva, y entraba mucha luz natural a través de los grandes ventanales. Al ver su cara de asombro, Don Nicolás le dijo:
—¿Qué te parece mi hogar?
—Es hermoso e interesante a la vez —respondió Juan Sebastián—. Parece planeado por un arquitecto de esos modernos.
—Ja, ja, ja —se rio Don Nicolás—. Puede que sea arquitecto, pero no es moderno.
Don Nicolás pasó a explicar cómo se construyó la casa:
—Yo tenía una cabaña rectangular como todo el mundo. Pero queríamos tener hijos, así que necesitábamos una casa más grande. Una noche, junto a la fogata, se lo comenté al “lonco”, que es el nombre que recibe el jefe de cada pueblo mapuche; y él me preguntó cómo quería construirla.
—¿Y ya usted tenía esta idea en su mente? —preguntó Juan Sebastián.
—No, ni siquiera creía que fuese posible —dijo Don Nicolás—. Cuando le dije al viejo líder que no quería derribar ningún árbol para construir la casa, su rostro se iluminó, y me dijo que ellos me ayudarían a construir la casa más linda que podía imaginar.
—Entonces, ¿un indígena es el arquitecto de esta casa? —preguntó Juan Sebastián sorprendido.
—Sí —dijo Don Nicolás—, el lonco tomó un palito y empezó a dibujar el boceto en la tierra, al lado de la lumbre. Me dijo:
“Encontraremos un lugar que tenga seis árboles alrededor a unos cuatro metros de distancia, y ocho o diez árboles, cuatro metros más allá. Así tu casa será como de 15 x 15 metros; pero no será cuadrada, sino que seguirá el contorno de los árboles que le servirán como columnas.”
Juan Sebastián estaba extasiado imaginando la escena: Un viejo indígena mapuche que, en una noche estrellada, dibuja en la tierra el boceto de una casa a la luz de la fogata, en una de las noches frías del sur de Chile. Mientras un Don Nicolás mucho más joven, le escucha emocionado imaginando cómo será su nueva casa.
—¿Le gustó la idea desde el principio? —preguntó Juan Sebastián.
—Me encantó —dijo Don Nicolás—. Pero le dije que no tenía en mis terrenos ningún lugar así como él describía. A lo que el lonco me respondió: “Sí hay un lugar, un claro en el bosque que es tal y como te he descrito. Mañana iremos a verlo.”
—¿Cuánto tiempo demoraron en construir la casa? —preguntó Juan Sebastián.
—Con la ayuda de ellos, en un mes ya estaba lista —dijo Don Nicolás—, fue muy rápido porque los mapuches tienen mucha experiencia.
—Debe haber sido muy divertido para sus hijos crecer aquí —dijo Juan Sebastián.
Don Nicolás, suspira y dice:
“Mi esposa quiso muchísimo esta casa mientras vivía, porque ella era mapuche, y siempre vivió en una ruka. Yo amo esta casa, porque, aunque soy de ascendencia mapuche, crecí en una casa normal en Santiago. Sin embargo, para mis hijos, esta casa no tiene nada de especial, porque ellos crecieron aquí. Cuando tenemos algo desde que nacemos, tenemos la tendencia a darle menos valor del que realmente tiene; se vuelve algo normal, que incluso creemos que nos hemos ganado.”
—¿Eso es lo que nos sucede con los bosques? —preguntó Juan Sebastián.
—No sólo con los bosques —respondió Don Nicolás—, también con el agua dulce, con el alimento, con el mar. Pensamos que podemos ensuciar la tierra, llenar de basura los mares, y que no habrá ninguna consecuencia por el mal que hacemos, porque desde que nacimos ha sido así.
—Yo creo estar entendiendo cosas que nunca imaginé —confesó Juan Sebastián—, ni siquiera sabía que esto existía, y pensaba que no me hacía falta conocer nada.
—La ignorancia también nos puede matar —dijo Don Nicolás—. Algunas personas brillantes murieron por ignorar. Una científica llamada Marie Curie murió porque no sabía que la radiación podía matarla. Aún hoy sus notas son demasiado radiactivas para poder tocarlas. Lo mismo puede pasarnos si no nos informamos de lo que realmente está pasando.
—Siempre odié a los grupos ambientalistas—siguió confesando Juan Sebastián—, me parecía que ellos exageraban las noticias e inflaban los datos de manera mentirosa para sabotear el crecimiento económico de los países. Ahora creo que algunos de ellos lo hacen por razones que yo desconocía, son cosas que creo intuir no son tan fáciles como sumar y restar costos beneficios, como yo suelo hacerlo.
—Las campañas de desprestigio siempre van a existir, hay mucho dinero en juego cuando hablamos de explotación de recursos —dijo Don Nicolás—, algunos son los que propician esas campañas, otros solo se dejan llevar por la información que reciben y la repiten pensando que es verdad, y es que una mentira repetida mil veces, empieza a percibirse como una verdad.
Juan Sebastián enmudeció al sentirse culpable, pues la verdad es que él es uno de esos especialistas en planificar y pagar por las campañas de desprestigio que perjudicaban la imagen de los grupos ambientalistas. Pero, aunque le había confesado ya mucho a Don Nicolás, esto ya era demasiado vergonzoso como para confesarlo.
Don Nicolás los invitó a cenar, así que todos se sentaron a la mesa y disfrutaron de una agradable comida.