XXXIII DESPERTAR
Y Juan Sebastián Cona despertó de su extraño sueño, que tenía todas las noches, pero que él no recordaba durante la vigilia. “Yo no tengo sueños”, decía cuando desganadamente respondía a alguna tonta pregunta al respecto.
—¿Qué hora es? —se preguntó Juan Sebastián al despertar— Las 7:00, bien hay que trabajar —dijo con desgano.
Al salir de su cuarto gritó:
—¡Annaaaaaaaaaa!
—Señor —respondió Ana.
—Vieja, tráeme el desayuno —dijo Juan Sebastián en voz alta, para después agregar en voz baja—: vieja idiota, no sé cómo pude contratarla.
Juan Sebastián, es un joven de 33 años, soltero empedernido por desprecio al compromiso, y con un doctorado en Duke en economía, que le ayudó a convertirse en un exitoso corredor de la bolsa. Ahora se dirigió rumbo a su oficina en su auto deportivo rojo y fumando como animal.
Su oficina estaba en una de las torres de oficinas de lujo que componen el distrito financiero de Santiago, que los chilenos llaman “Sanhattan”, nombre formado a partir de la unión de Santiago y Manhattan. Este lugar, centro de negocios tanto nobles como destructivos, está ubicado en el oriente de la ciudad, en el límite de las comunas de Las Condes y Providencia. Sin embargo, Juan Sebastián pasaba buena parte de su tiempo en un edificio antiguo de la calle Bandera, en pleno centro de la capital chilena: en la sede de la Bolsa de Comercio (valores) de Santiago, que Juan Sebastián sentía como su propia casa.
Juan Sebastián trabajaba tanto con la Bolsa de Comercio de Santiago, como con la Bolsa Electrónica de Chile. Pero el codicioso corredor de Bolsa, también hacía otros negocios más turbios…
Al llegar a su lujosa oficina, fue recibido por su amigo y pupilo: Efraín, socio menor de la empresa de proyectos de Juan Sebastián; a quien él conoció cuando era profesor del MBA, en la universidad; y aún seguía siendo su mentor.
—Juan Sebastián, te tengo un par de novedades —le dijo Efraín al verlo llegar a la oficina.
—Te apuesto que es por el negocio de los ingleses —respondió Juan Sebastián con desgano.
—Si, lo que sucede es que el estamento técnico del Ministerio del Medio Ambiente rechazó el proyecto de la explotación del bosque de Chiloé —explicó Efraín.
—¡Estúpidos! —replicó Juan Sebastián muy molesto—. Como no se dan cuenta que la única forma de salir del subdesarrollo es creando empresas que hagan ganar dinero a las personas como nosotros, para que podamos depositarlo en acciones extranjeras. ¿Tenemos algún contacto?
—Bueno —dijo Efraín—, el subdirector es muy amigo del diputado Orellana, de la Unión Cristiana, a través de él podemos hacer alguna presión para que aprueben el proyecto en términos políticos. Y también con Jorge Shcultze, de la Izquierda del Pueblo, así aseguramos los dos bloques más amplios.
—No —replicó Juan Sebastián—, antes déjame hablar con el Intendente, yo sé cómo manejarlo, también paguemos por algunas noticias en la prensa sobre las míseras condiciones de vida en la zona y la necesidad de crear empleo.
—Pero Juan Sebastián —objetó Efraín—, allá, en la costa del Pacífico de Chiloé no vive casi nadie.
—¡Ja! —se burló Juan Sebastián— ¿Tú crees que la gente tiene idea de eso? Son todos unos ingenuos.
Al escuchar la lógica aplastante de Juan Sebastián, Efraín nuevamente admiró con sumisión la tremenda capacidad de hacer negocios de su amigo y mentor.
—Ah!, Seba, acuérdate que por la noche tenemos la reunión con el grupo de Canadienses y Chinos por el proyecto del Aluminio —agregó Efraín.