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XXI La Creación del Mundo
Escucha la música incidental aquí:
Desde los oscuros confines de los orígenes, desde el comienzo de los tiempos, cuando sólo había luz y la materia era una ilusión de la energía, todo el Universo ha transitado hacia la belleza, la perfección, el amor, la creación, el equilibrio y la vida.
En ese eterno engranaje de astros y vacíos llenos de magnetismo y éter, existía una pequeña gota azul, hermosa, única, cristalina. En ella se cobijaba la razón de ser del cosmos.
En ella fluían mares que eran inmensos pues eran la continuación de las galaxias que en él se proyectaban, como las estrellas que se reflejaban en las pupilas de las aves que recorrían sus límpidos cielos.
La Tierra era la joya más preciosa del universo, pues había desarrollado vida con una belleza y complejidad asombrosa, la cual ya estaba tomando conciencia de sí misma y abriendo los ojos, como un niño al nacer. El color azul profundo de sus mares contrastaba con el verde de las extensas selvas y bosques, y todo envuelto en una prístina cápsula de nubes y oxígeno.
Y más de cerca se podía ver como esta vida había estallado con las más maravillosas variedades de formas, funcionando en total armonía.
Y los hombres ya se habían levantado sobre sus pies y contemplaban maravillados la creación de donde habían surgido.
Y se comenzaron a hacer preguntas, descubriendo las respuestas en lo más profundo de sus almas, comenzando un viaje interior hacia planos de existencia aun más bellos y superiores, llevando a esa misma creación a niveles de riqueza insospechados. Esto les hizo desarrollar increíbles capacidades intelectuales y espirituales, y mientras tanto mantenían una vida terrena en total equilibrio con el resto de la biósfera y con sus congéneres, viviendo todos los amores con plenitud, de padres, de hermanos, de amantes, de hijos, sin luchas ni rivalidades.
Pero hace 20.000 años atrás ocurrió algo muy extraño.
Algunos de estos humanos comenzaron a utilizar esas capacidades para un objetivo totalmente distinto por el cual las adquirieron. Descubrieron que para hacer más fácil su vida terrena podían doblegar al resto de la creación, y la gran capacidad intelectual que habían desarrollado durante milenios, se los permitía.
Es así como comenzó una era en que los humanos aprendieron a cultivar, esclavizando a las plantas, y a poseer a otros seres vivos para comerlos en cuanto quisieran, sin tener que hacer esfuerzo por cazarlos.
Esto les alejó de su objetivo como especie, los desvinculó del resto de la biósfera, y los llevó a perder la armonía, tanto con la Creación como con sigo mismos, terminando esclavizándose entre sí. Conocieron el ocio, y el exceso de alimento fácilmente obtenido los convirtió en sedentarios y enfermos. Comenzaron a multiplicarse desenfrenadamente, pues mientras más hijos tuvieran, más poder obtendría cada familia, clan o país.
Y creyeron que cuando más dominaban los conocimientos y fuerzas naturales, supuestamente más crecimiento o valor obtendrían, pero no era más que un profundo autoengaño, pues al ir perdiendo sus capacidades, fueron perdiendo el entendimiento del rol que les correspondía como seres dentro del universo, debiendo entonces encontrar un sustituto:
Poder por sobre la Creación.
Y construyeron torres, palacios, castillos y templos, creyendo que con eso demostraban su inteligencia, pero no se percataron que habían abandonado la construcción más importante, la del mundo espiritual.
Pero también hace 20.000 años algunos se percataron del mal que se estaba engendrando, y decidieron huir de ello. Viajaron al Este tanto como pudieron, hasta encontrarse con un barrera infranqueable de glaciares, la cual trataron de traspasar durante centurias, hasta que un cataclismo despejó una ruta, descubriendo una nueva tierra, un mundo intocado donde aún no había llegado el mal.
Cuando arribaron, descubrieron que también ahí podía seguir existiendo esta especie integrada al ecosistema terrestre y al Universo, y que sólo debían fundirse con la naturaleza que los acogió.
Al cabo de algún tiempo reiniciaron el destino original trazado para la humanidad.
Esa tierra, que mas tarde otros humanos llamarían AMÉRICA, era de una belleza aún mayor que la que habían abandonado, y a cada paso se encontraban con valles y montañas cada vez más hermosos.
Y de ahí nuevas generaciones comenzaron a viajar al Sur.
No tardaron en restablecer ese estado de equilibro espiritual con cada lugar, y a medida que transcurrían los milenios, el continente completo se fue colonizando, siempre hacia el sur, pues a medida que avanzaban en esa dirección, la presencia del hombre le iba dando conciencia a lugares silvestres.
Así llegaron hasta por fin encontrarse con las últimas islas del extremo austral del mundo, donde este humano amoroso también fundó una colonia.
Mientras en el resto del mundo la dominación de los hombres sobre la naturaleza y sobre otros hombres daba lugar a reinos, imperios y ciudades, con su consiguiente cuota de guerras, esclavitud y odio.
Ese nefasto proceso también había prendido en algunos lugares de América, y comenzaban a verse los primeros atisbos de imperios comandados por familias que se auto concedían el titulo de dioses.
Pero siempre quedaba la posibilidad de huir al sur, en busca de la pureza.
Pero de eso nada sabían los Yámanas, que ya habían logrado integrarse magistralmente a la naturaleza que los cobijó, más allá de las selvas amazónicas, las estepas patagónicas y la Tierra del Fuego.
Y así continuaron con el camino tan divinamente trazado para el humano desde su nacimiento.
Muy al sur de ese mundo abrió sus ojos por primera vez Celipatencis, un hijo del Universo, quien junto a sus hermanos, padres, abuelos y ancestros entregaban a este diáfano mundo el sentido y la espiritualidad que lo mantenía en contacto y fusión con el resto de los otros mundos vivientes.
Al cerrar los ojos, la mirada salía por la cabeza y volaba hacia otros planetas, lo que era logrado especialmente por aquellos que habían cultivado las potencialidades de la mente.
Celipatencis nació en ese mundo de encantamiento constante.
Y entre las abrigadas pieles con las que su madre lo acunaba, entreveía la soberbia belleza del lugar:
Multicolores glaciares que caían en un mar plagado de islas, todas terminadas en altas montañas cubiertas de bosques y con miles de gigantescas cascadas.
Sentía la gran fuerza de esa tierra, donde rugían constantemente poderosas tormentas, cuyo poder Celipatencis sentía como expresión de su propia vitalidad.
Las estrellas, las piedras, las aves, la lluvia, todo cobraba un significado profundo mas allá de la sola apariencia.
Y todo ello colmaba de alegría a Celipatencis.
Aquí contaremos su historia.